12/02/2008

NAVIDAD BARATA


Siempre me ha gustado adornar la casa por Navidad. Cuando éramos pequeños el ocho de diciembre íbamos toda la familia a comprar el árbol a la Plaza Mayor de Madrid y, ya en casa, ritualmente sacábamos el belén, las bolas y demás adornos, sobre todo para jugar antes de colocarlo. El segundo año de Vera me planteé hacerla partícipe de mis ilusiones navideñas para que pudiera disfrutarlas. Con tijeras sin punta, pegamento de barra y moldes para galletas hicimos, entre las dos, numerosas estrellas y lunas de cartón forradas en papel charol de colores, que colgamos del abeto con una cintita larga terminada en un lazo. También inventé un belén para jugar: sobre una caja forrada de papel kraft blanco pinté con ceras, y después barnicé con Alkil los caminitos, el río, la hierba, las montañas... Y puse como María, José, niño, pastores y animalitos los pinypon, juguetes preferidos de Vera (a alguien más se le ocurrió porque ahora ya lo venden en un kit). De esta forma la niña cambiaba de sitio las figuritas sin peligro de romperlas, mancharse o meter en la boca algo que no debía, y disfrutó una barbaridad. Otra idea que se me ocurrió fue poner un árbol en el vestíbulo del portal, con la ayuda de todos los niños de la escalera. Para ello puse un letrero en el ascensor explicando mi iniciativa y pidiendo la aprobación de los vecinos, que fue unánime. Fijamos una tarde de domingo para bajar adornos hechos por los niños (los de Vera fueron tubos de cartón, del papel higiénico, pintados con témpera de purpurina) y yo coloqué las luces, mientras Francisco y el resto de mamás y papás servían cava, zumos y turrón que llevaron para acompañar. Pasamos una tarde inolvidable de pandereta, zambomba y risas, y el árbol fue la envidia de la calle Moscou de Barcelona.

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