7/09/2008

Un patio de colores


En Barcelona el primer curso de preescolar se llama P3. Ahí es donde estaba Vera más contenta que unas pascuas, sin llorar ni un solo día y cada vez mejor relacionada con el resto de niños. Su colegio se encontraba entre la Villa Olímpica -barrio recién estrenado tras las olimpiadas del 92, compuesto en su mayoría por gente joven, de profesión liberal y entusiasmada con su nuevo hogar- y Pueblo Nuevo -barrio de siempre, obrero y superpoblado-. Esta circunstancia daba lugar a un centro multirracial y multicultural, bastante pionero de lo que hoy es cualquier colegio de cualquier punto de España y que considero ha sido un privilegio para la educación de mi hija. Los padres de Vera somos gallego y madrileña, así como otros eran malagueño y suiza, marroquí y catalana, catalán y rusa, colombianos, indios o peruanos. Cada niño en su casa hablaba en su idioma o idiomas familiares, pero en el cole todos hablaban en catalán, y todos eran iguales... o parecidos. A mitad de curso Vera empezó a quejarse de un niño, que le tiraba de las coletitas todos los días en el patio. Le llamaba “Sac” (en realidad era Saad), pero no sabía explicarme cómo era, hasta que un día a la salida le señaló y me dijo: “es ése marrón”. Naturalmente.

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