9/14/2009




CAPÍTULO IV
Aunque al principio no le tomé muy en serio, es verdad que el increíble perro-lámpara era un auténtico fenómeno. Mientras caminábamos no paraba de hablar, relatándome miles de aventuras que cobraban vida en sus enormes patas cuando escenificaba cada anécdota, corriendo y saltando a mi alrededor. Me contó aquella vez que luchó contra un lobo que quería atacar a las ovejas y salió victorioso con apenas unos rasguños; o cuando cayó por un desfiladero una noche que iba de caza con su amo, de lo que conserva una cojera crónica; e incluso me habló de una perrita cocker que bebía los vientos por él pero que acabó marchándose a vivir a la ciudad, sus amos pensaban que era demasiado joven para él... El tipo era una caja de sorpresas, y tenía buenas ideas.
Me sugirió pintarme unas manchas negras antes de llegar a la granja, para que las vacas al verme no me confundieran con una rana y así integrarme en su comunidad con mayor facilidad. Por eso nos desviamos un poco del camino y nos dirigimos a una charca farragosa que olía a demonios, donde a mi amigo le gustaba rebozarse en sus ratos libres. El increíble perro-lámpara me colocó junto a la charca y se puso a saltar sobre ella como si estuviera loco, llenándome de pies a cabeza de barro asqueroso.
- Ahora sí que pareces una vaca- exclamó orgulloso- ya nadie se atreverá a llamarte ranita.
A la luz de su lámpara las manchas negras brillaban como un vestido nuevo. Decidí que mi disfraz de vaca me sentaba estupendamente. Me había convertido en una vaquita irresistible.
Continuará...

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