8/11/2009


CAPÍTULO III
Aquel prado era infinito. Por más que caminaba inpulsándome con mis patitas de atrás, apenas conseguía avanzar unos centímetros hacia la granja de las vacas. Por un momento decidí que, si trataba de andar como ellas -tarde o temprano tendría que hacerlo si quería formar parte de su comunidad-, me desplazaría más deprisa. Así que comencé a adelantar mi pata delantera derecha al mismo tiempo que mi pata trasera izquierda, seguidas de mi pata delantera izquierda y mi pata trasera derecha... ¿o era al revés? al final terminé por hacerme un lío de patas y ancas y me pegué un trompazo contra el suelo que, afortunadamente, estaba blandito. Sollozando, maldije una vez más mi fisionomía "ranil" y cuando me quise dar cuenta estaba llorando a moco tendido. Encima de rana, llorona, ¡esta vida es un despropósito! Para colmo, anochecía. Había obviado este terrible detalle: nunca jamás había pasado una noche fuera de la charca donde, aunque a regañadientes, me crié y me sentía segura rodeada de criaturas viscosas y feas que al caer el sol emitían desagradables sonidos que yo siempre me negué a imitar. Empecé a tener miedo, mucho miedo. Estaba sola, no veía un pimiento y desconocía por completo los sonidos del prado por la noche. De pronto, una luz cegadora me iluminó el rostro, acercándose a gran velocidad. Temí que se tratase de un humano. El dueño del prado y de las vacas, quizás. A los humanos no les gustan las ranas, mi madre siempre decía que les hacen cosas horribles... Me di la vuelta y eché a correr, saltando todo lo rápido que pude, pero la luz me adelantó y se quedó parada frente a mí. Entonces vi que era un perro. Un perro con una lámpara en la cabeza.
- ¿Qué pasa, rana? ¿no tienes un lugar mejor donde pasar la noche?- dijo el perro rascándose el costado con el tronco de un árbol.
- No puedo detenerme a pasar la noche, y no soy una rana.
- Sí, claro, lo que tú digas, rana. ¿Necesitas que te alumbre para llegar a algún lugar?
- Es que no sé si puedo confiar en ti, nunca había visto un perro con una lámpara en la cabeza.
- Pues estás de enhorabuena, porque tienes ante ti al increíble perro-lámpara. el único en su especie portador de una lámpara que ilumina más que mil luceros.
- Pero... yo no veo la bombilla por ningún sitio...- y era verdad. Parecía una lámpara, pero en lugar de bombilla llevaba la cabeza del animal dentro.
- No necesito bombilla, pequeña rana, mi lámpara es de un material reflectante que luce en la oscuridad. Mi amo me la puso así para que los coches me vean por la noche y no me atropellen.
- ¿Y porqué te la puso?
- Mmmm, eeeh, eso no importa- dijo el perro sentándose para tratar de ocultar una herida enorme en su rabo- el caso es que puedo iluminar tu camino.- y en eso tenía razón.
- Está bien. Voy a la granja de ahí enfrente, a vivir con las vacas- dije con decisión.
- ¡Vaaaya! entonces vuelves a estar de suerte, porque yo vivo allí- contestó el perro-lámpara rodeando mis hombros con su pata.
continuará...

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