7/11/2009


Inmóvil en la cuneta observo el tráfico enloquecido. Fiiiuuummm... fiuummmm... coches que van y vienen a velocidad que mis ojos no son capaces de seguir. Espero el momento para cruzar al otro lado, y ese momento no llega. Quizás de un sólo salto podría plantarme en medio de los dos carriles, pero quedarme ahí parada sería demasiado peligroso. A pocos metros de mí descansa el cuerpo de un conejo, y digo descansa porque está tumbado y, como yo, tampoco se mueve; aunque no creo que esté descansando. Aterrorizada, fijo la vista en el asfalto y me digo que jamás lo lograré, que nunca debí abandonar la charca, que debería asumir mi destino de una vez y dejar de jugar a la ranita aventurera. Ranita, ranita, ranita... la palabra me taladra los oídos mientras decido que no, que mi destino es cruzar esta carretera y llegar a ese lado donde otro mundo es posible. Entonces salto el salto más grande que jamás ha saltado una rana, y caigo rozando un coche que casi, casi, me atropella, pero no. Ahí estoy, en medio de los dos carriles sin que, milagrosamente, pasen más coches en ese momento. Perfecto, un pequeño salto más y ya piso el otro lado. ¡Adiós charca inmunda, adiós asquerosos bichos verdes que decís ser mis hermanos! El prado me espera, y está lleno de vacas. Por cierto, podéis llamarme Violeta, pero nunca, jamás, me llaméis Ranita. Continuará...

1 comentario:

Mamen dijo...

¡Claro! Con lo que le gustan las vacas a Valentina, no me extraña nada que quieras ser una de ellas...muuuuu!!