1/04/2009

Noche de Reyes




Cuando mis hermanos y yo éramos pequeños en casa se celebraban los Reyes por todo lo alto. En noviembre nuestros padres nos llevaban a una nave llena de juguetes, que se habilitaba especialmente en esas fechas para empleados de banca, donde nos daban papel y lápiz y nos dejaban libres para elegir nuestros regalos, que más tarde pediríamos a los Reyes Magos formalmente. No había límites, pedíamos lo que queríamos y nos lo traían todo, porque al parecer nos portábamos muy bien durante el año. La noche del cinco de enero nos quedábamos al cuidado de una abuela, mientras papá y mamá salían a cenar para volver, bien entrada la madrugada, ataviados con gorros, matasuegras, serpentinas y un gran roscón para desayunar. De esa guisa nos despertaban, gritando que habían llegado los Reyes Magos. Era muy emocionante, tanto que no podíamos volver a dormir y cada uno se quedaba en su rincón jugando con sus cosas, o en la cama leyendo su libro nuevo, pues no faltaban nunca gruesos tomos de cuentos y dulces de La Marquesina.
Al hacernos mayores fue desapareciendo esa tradición poco a poco, hasta dar por finalizadas las navidades el dos de enero, en que se quitaban todos los adornos. Yo nunca estuve de acuerdo con que crecer supusiera que los Reyes Magos dejaran de existir, por eso en mi casa todos los años escribimos la carta, ponemos los zapatos, dejamos roscón y cava y esperamos ilusionados la llegada de Sus Majestades. Con Vera pequeñita era muy fácil, los niños hacen que las tradiciones fluyan, pero ahora, todos ya adultos, nos emocionamos y disfrutamos tanto o más que antes. Que la madurez no signifique perder ese niño que todos llevamos dentro, y que la crisis no afecte a la ilusión.

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